martes, 17 de junio de 2014

...y otras hierbas.



Recogía flores, como si buscara el significado de los acontecimientos en el indescifrable código de las enigmáticas formas vegetales. Como si pudiera llegar a entender su propia existencia por el mero hecho de observar con intensa atención las inflorescencias, los pistilos y estambres, los sépalos, los flexibles tallos, la translucidez luminosa de las corolas. Acariciaba su suave textura, haciendo girar con dos dedos, como una sombrilla diminuta, cada pequeño hallazgo florido. La espléndida y delicada rojez de la amapola, la humildad aromática de la manzanilla, la anónima sencillez de esas espiguitas que imitan al trigo y que siempre terminan agarrándose con sus dorados anzuelos en los calcetines del incauto paseante.

A veces se tumbaba en algún prado, y contemplaba absorto durante instantes eternos cómo la mas leve brisa hacía cimbrearse el bosquecillo de hierbas, llevándose en sus brazos invisibles una hojita, o unos granos de polen. Asistía hipnotizado a las misteriosas danzas de las abejas, o al desfile disciplinado de las hormigas, o al errático deambular de un pequeño escarabajo dorado que parecía haber perdido la brújula en alguna oquedad del camino. Una oruga retorcía su blando cuerpo rayado en torno a su alimento del día; dos mariposas parecían perseguirse en un ritual amoroso, trazando en su vuelo deliciosos bailes; la escurridiza lagartija acechaba agazapada, inmóvil, convertida en hierba y tierra, discreta depredadora. Todo era vida, y muerte, ciclo y órbita, mutación y ley.


Regresaba a las calles con la ropa manchada, las manos sucias, ramitas en el pelo y algún hermoso tesoro entre los dedos. Nunca comprendería la mecánica vital, el porqué de las cosas, el ruido y la furia, el orden y la geometría, la moda o el tráfico. Pero llevaba en los ojos la sinuosa silueta de un cardo, el brillo de la telaraña, la apacible lentitud del caracol. Y sonreía, sin saber por qué, sin importarle a quién, tal vez porque conocía el lugar donde podía ser, solo ser, sin tener que parecer: su jardín secreto, a la vista de todos, y sin embargo, oculto.

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