martes, 10 de marzo de 2015

Cavernícola


Hay que bajar a la caverna, porque allí se hallan las respuestas. Un retorno, en realidad, porque la propia vida comienza en una: de la humilde gota sumergida en el templo de Venus, la cueva primigenia donde se gesta un milagro al que ni la ciencia resta maravilla y asombro. Emergemos al mundo desde la oscuridad húmeda y edénica del vientre materno y la luz nos ciega, el ruido nos aturde, los sentidos estallan y lanzamos nuestro grito de auxilio, el llanto primero de la criatura arrojada a la existencia -y luego hablamos del libre albedrío, cuando nadie nos preguntó siquiera antes de encarnarnos. 

Durante años caminamos a tientas, aunque el mundo esté lleno de luz, porque el sol solo revela las superficies, si acaso una textura incierta. Hacemos las preguntas y obtenemos un eco burlón, que nos deja sumidos en más dudas que antes de preguntar. Utilizamos la mente como la herramienta definitiva, y ni siquiera sabemos cómo funciona. Palos de ciego, pasos en falso, funambulismo, certezas de quita y pon. Y el corazón como una brújula sin norte.

Así que al final solo queda el descenso a la caverna. Volver al origen, enfrentarnos a la muerte sensorial, al vacío, a la nada más oscura, esa boca negra y silenciosa que nos tragará sin remedio, o nos devolverá a la vida renacidos. Un rito chamánico y ancestral, que aunque cambie en la forma permanece en su esencia. Morir antes de morir, regresar al punto de partida para abandonar todo aquello que nos sobra y continuar el viaje solo con lo necesario. 

La caverna es alfa y omega, principio y fin del ciclo, pues allí también acabaremos nuestros días. Y tal vez -solo tal vez- algo nuevo comience. Podrás dar muchas vueltas, pero tarde o temprano te espera la caverna...

No hay comentarios:

Publicar un comentario