domingo, 4 de mayo de 2014

El mundo pequeño


Siempre que tengo ocasión, abandono la escala humana para perderme, siquiera por unos instantes, en el mundo pequeño. A menudo hay que agacharse para hacerlo, aunque a veces no es necesario. Lo importante es poder situar la mirada a su altura, de modo que la inmersión se produzca de manera convincente. El ángulo de visión se reduce hasta el punto de crear un efecto de burbuja, que es como si te hubieran metido en uno de esos pisapapeles navideños en cuyo interior se reproduce una mágica nevada con solo un giro de muñeca.
De modo que te acercas quedamente, en silencio, tratando respetuosamente de no perturbar el ecosistema en miniatura que estás a punto de profanar con tu presencia. En estos mundos pequeños todo es frágil y delicado, exquisito en su menudencia, casi transparente. Hay que respirar suavemente para no contaminar la atmósfera, para no alterar el orden invisible que gobierna este universo con la exactitud perfecta de lo que no ha sido aún mancillado por la torpe mano del hombre.

Una vez inmerso, solo queda observar con reverencia, contemplar con devoción, y en ocasiones excepcionales incluso intentar formar parte -tal vez durante uno o dos segundos- de ese paisaje excepcional. Sentir que cada objeto diminuto, cada partícula, cada mota o filamento es tan perfecto en su esencia que nada puede decirse al respecto sin menoscabar su inefable plenitud. Te inunda entonces una profunda gratitud, la certeza de haber atisbado en ese minúsculo fragmento de vida la grandeza de la creación. Todo tiene sentido y nada sobra; todo encaja en la armonía sublime del cosmos microscópico, en la pureza inmaculada de ese instante en que la vida se manifiesta sin artificio, pompa y circunstancia. 
Tarde o temprano hay que regresar a las magnitudes cotidianas. Abandonar el hechizo, dejar atrás el lugar, volver sobre nuestros pasos, continuar el camino. Con un poco de suerte nos llevaremos en la piel un aroma sutil, una fragancia secreta, un eco apagado: un rastro que nos permita encontrar nuevamente el sendero escondido al mundo pequeño, ese que se oculta humildemente a nuestros pies para guardar el secreto de la eternidad, el tiempo detenido.

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