domingo, 18 de mayo de 2014

Lo mejor es enemigo de lo bueno




No entiendo cómo alguien puede aburrirse teniendo tan a mano la mayor fuente de entretenimiento que existe: esa masa de aspecto viscoso y formas caprichosas que llamamos cerebro. Y no deja de ser sorprendente que la herramienta que nos permite desentrañar -lentamente, eso sí- los misterios del universo, sea al mismo tiempo el objeto de estudio más elusivo y desafiante. No obstante, poco a poco vamos abriendo pequeñas ventanas a su funcionamiento, y cuanto más sabemos, más milagroso me resulta que seamos capaces de seguir adelante en el encomiable empeño de desarrollar algo parecido a una civilización. Pero sin duda, lo que más me gusta de esos avances de la neurociencia y la psicología es cómo nos obligan a descabalgar del corcel de la arrogancia para colocarnos donde nos corresponde, tirando humildemente de las riendas del borrico que somos.

Einstellung, esa es la cuestión. Tras esa hermosa palabra alemana se esconde un secreto celosamente guardado: por qué una buena idea se convierte en el principal obstáculo para una idea mejor. Lo explican muy bien en un artículo de la revista "Investigación y ciencia", pero trataré de resumirlo aquí para quien no quiera gastarse los 6,50 € que cuesta la susodicha revista (¿por qué el conocimiento debería ser gratis?). Aunque también se puede leer el artículo fuente en este enlace (en inglés).

El mecanismo en sí consiste en que nuestro cerebro tiende tercamente a elegir la solución más conocida, y de esta manera ignora el resto de alternativas, a pesar de ser estas más eficaces. Dicho mecanismo tiene cierto sentido lógico -al menos a ojos del cerebro-, porque si ya conoces una manera de resolver algo y sabes que funciona, volver a revisar dicho conocimiento cada vez que te enfrentas a esa tarea supondría un gasto de tiempo y energía que probablemente no mereciera la pena. Cuando hablamos de cuestiones sencillas como las múltiples acciones cotidianas
(preparar el café, vestirse, organizar la mesa de trabajo o solventar cualquier pequeño contratiempo) la cosa no parece revestir mayor importancia. El verdadero problema radica en que este perverso resorte actúa en todos los ámbitos de la existencia, y algunos pueden tener consecuencias muy serias. Por ejemplo, si un médico se enfrenta a un caso previamente diagnosticado por un colega, cuando analice los datos objetivos (síntomas, radiografías, análisis, etc), casi con seguridad será incapaz de apreciar detalles que contradigan ese diagnóstico previo; detalles que sí apreciaría sin dificultad si se le presentara el caso por primera vez. Es el mismo proceso que lleva a los miembros de un jurado popular a comenzar a decidir sobre la culpabilidad o inocencia de un acusado antes de conocer los hechos, porque su primera impresión sobre el sospechoso condicionará inevitablemente su juicio posterior. Se le llama sesgo cognitivo. Si a este fenómeno le sumamos la escasa fiabilidad de nuestros sentidos (seguro que conocéis este experimento), lo que nos queda es lo que somos: un primate sobrado de soberbia, con escasa conciencia de su propia ignorancia. 

En el artículo ponen algunos ejemplos muy interesantes, algunos relativos al mundo académico que afectan incluso a su propia disciplina: estudios sobre la inteligencia cuyos datos se analizan a partir del sesgo de confirmación; es decir, que si los hechos contradicen mi teoría, pues los interpreto de otra manera hasta que corroboren lo que ya pensaba previamente. ¿Os suena de algo?

Hay muchos más argumentos para revisar nuestro autoproclamado título de Homo Sapiens, y volveré a tratarlos aquí, porque si no hemos venido a este mundo a aprender, ya me dirán ustedes qué vamos a hacer hasta que llegue nuestra hora...

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