sábado, 3 de mayo de 2014





La realidad es la fuente de toda imaginación. La nada no existe, como su propio nombre indica, porque si la nombras, aparece. Solo hay que tener los ojos abiertos, escuchar con atención, dejar que el mundo se abra ante ti, observar el asombroso despliegue de las formas, los sonidos, los aromas. El viento en las hojas, la nube voluptuosa, la mujer del sombrerito, el rótulo torcido, un nombre en la distancia, la piedrecita en el zapato...

La vida se escribe con su propio alfabeto, con códigos arcanos, con susurros velados y a voz en grito, subrepticiamente, en el fragor y la quietud, de repente y eterna. Lo tomas o lo dejas, pero de qué depende, si de todas formas será lo que ha de ser. Ahora estás y lo entiendes, aunque lo más probable es que nunca sea lo que parece. Porque es inabarcable, y nosotros, criaturas sin rumbo, perplejos ante el caos tratamos de aferrarnos y no caer por la borda.

Vivir será este caminar a ciegas, siempre en la cuerda floja -mejor funámbulos que sonámbulos-, con las certezas justas, las dudas necesarias, y la sonrisa puesta. Porque el final no importa: suficiente tenemos ya con el camino, y bástale a cada día su afán...

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